ADMIRAR

ADMIRAR



A veces miraba sin ver. Pasaba la vista por encima de objetos, de colores, de lugares. De personas. Lo hacía con prisa. Como si mirar demasiado me robase un tiempo muy preciado. Una mirada rápida que quería captarlo todo de golpe y acababa sin enterarse de nada. 

Me perdía matices, texturas, rostros, expresiones, instantes que no regresaban, aunque todo ello parecía importarme poco.


Otras veces, ni siquiera miraba. 

Mis ojos —abiertos— se limitaban a mostrarme lo que el pensamiento les indicaba, imágenes ya conocidas que, por un motivo u otro, mi mente decidía revivir. Recuerdos del pasado que ya no existía. Mientras los recreaba desperdiciaba el presente, que emergería después, convertido de nuevo en pasado perdido.

Y así iba, vagando sin saber por dónde ni con quién. Apareciendo en escenarios desconocidos que tampoco veía —ni siquiera miraba— porque mi presente no era mío.


Cansada de llegar a destinos que no estaban en mi hoja de ruta (¿tenía una?), decidí aprender a mirar. Poner intención en mi mirada. Mirar con ganas de ver. Recuperar esa curiosidad infantil que lo cree todo digno de ser observado. Detenerme en cada imagen. Dedicar toda mi atención a ese haz de luz entre las nubes. Parar el mundo para contemplar el vuelo de las gaviotas. Descubrir los miles de verdes en el verde de las hojas. Hacer de cada parpadeo una captura del momento, una fotografía única e irremplazable. 


Entonces mi mundo empezó a cambiar. 

Añadí verbos a mis días. Ya no se trataba solo de ver o mirar. Había descubierto el significado de observar, contemplar. Enfocar, precisar, distinguir, examinar. Cada verbo aportaba un matiz distinto. ¿Cuál sería el mejor? Seguí indagando.


Y de este modo, casi sin darme cuenta, llegué a ADMIRAR, emocionándome con el reflejo del sol sobre el mar. 

Supe encontrar belleza en cada rincón, en cada pequeño detalle. Apreciar la bondad en todos. Ahondar en miradas ajenas y fundirme en ellas. Ver un mundo en cada pincelada. Vibrar con cada nuevo destello.


Este es el secreto final, la alquimia perfecta: 

Deja de mirar la vida, empieza a admirarla.



Sí. Eso es todo.

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