¿CUÁL ES TU SUEÑO?

¿CUÁL ES TU SUEÑO?

 

Permíteme que comparta contigo mi sueño.

Ahora mismo no me estoy refiriendo a mi deseo, sino al sueño que esta noche he tenido mientras dormía. En el fondo, siento que están relacionados.

Yo me hallo en un dormitorio comunitario que comparto con dos compañeras. Es de día y estoy sola. Es una sala espaciosa, con mucha luz natural procedente de grandes ventanales y una decoración sencilla, a la vez que funcional, donde predominan los tonos blancos y amarillos.

Alguien me dice que ha fallado una compañera de nuestro equipo de natación y me propone salir yo en su lugar. Miro el televisor de pantalla plana que cuelga en una de las paredes y veo que retransmiten la final de natación de los Juegos Olímpicos de Tokio y me están esperando.

Empiezo a prepararme mientras pienso:

“Me esperan a mí. Tengo casi 50 años, pelo canoso, mi cuerpo (talla XL) no tiene una buena técnica nadando, llevo semanas sin depilar y mi bikini es poco adecuado para competir”

Me da lo mismo.

Nada de esto me detiene.

Me vienen a buscar mientras me estoy poniendo unos calcetines blancos (ignoro para qué). Me doy cuenta de que no tengo gorro ni gafas de piscina. Confío en que alguien me los proporcionará.

Al salir hacia la piscina pregunto qué distancia nadamos.

“100 metros”

Ni siquiera sé si eso es un largo de piscina o dos… Ese es mi nivel de conocimiento de la natación de competición.

No sé tirarme de cabeza y estoy convencida que la parte superior de mi bikini, con tirantes delgados, puede perderse por la piscina…

¿Y qué?

No me importa eso tampoco.

¿Qué es lo peor que puede pasar? ¿Que haré el ridículo?

¿Qué es hacer el ridículo? ¿Nadar a mi manera? ¿No cumplir con el estereotipo de nadadora olímpica?

¿Acaso eso me invalida?

Pienso que tal vez, al verme en la piscina, alguna mujer pensará:

  • “Si ella se ha atrevido, yo también puedo atreverme”

Y si mi actitud inspira a una mujer —aunque sea a una sola— a creer más en ella misma sin estar pendiente de las opiniones ajenas, ese va a ser mi mayor triunfo.

Y esto es lo que tiene en común mi sueño de esta noche con mi más profundo deseo:

Mostrar a las mujeres que tenemos una fortaleza interna increíble. Que simplemente dejando de depender de la mirada de los demás ya hemos dado un gran paso.

¿Y tú? ¿Habrías hecho lo mismo?

(Alerta spoiler: Me desperté antes de llegar al agua)

LAS ALTAS CAPACIDADES EN EL ENTORNO LABORAL

LAS ALTAS CAPACIDADES EN EL ENTORNO LABORAL

 

En varios posts he ido comentando la dificultad que encontramos las personas de altas capacidades, ya desde nuestra infancia, para encajar en distintos entornos.

 

A medida que crecemos vamos desarrollando nuestras propias estrategias. Algunas nos diluimos tanto entre los demás que nos perdemos. Totalmente camufladas e invisibles.

 

Otras personas acentúan aún más la diferencia y la convierten en un modo de llamar la atención con un comportamiento disruptivo y, muy a menudo, incomprendido. Incluso puede ser considerado como un comportamiento digno de rechazo.

 

La gran mayoría, en mi opinión, estamos en un término medio entre el camuflaje y la inadaptación, sin saber las causas de lo uno ni de lo otro.

 

Me interesa ahora referirme a lo que nos ocurre en nuestro entorno laboral (y especialmente a las mujeres), porque es posible que estés viviendo alguna de estas situaciones sin saber por qué. Hasta es posible que pienses que estás haciendo algo mal, porque tu manera de hacer (tu resolución, tu implicación) no es la común.

 

En una entrevista de trabajo:

 

En general (ten en cuenta que siempre hablo de generalidades y no de verdades absolutas) las mujeres con altas capacidades no sabemos vendernos en una entrevista de trabajo: acostumbramos a ser modestas. Además, tenemos dificultades con las dinámicas de grupo porque tenemos pocas habilidades sociales. A veces se nos descarta en esta fase de la selección, obviando nuestro gran potencial para aportar creatividad e innovación a la empresa.

 

Incluso nuestro modo de comunicarnos —a veces torpe— puede hacernos parecer incompetentes, cuando la realidad es muy distinta.

 

Es importante tener en cuenta que no todas las personas de altas capacidades tienen diplomas o títulos universitarios (el fracaso escolar es considerable en nuestro colectivo) y no por ello somos menos válidas a la hora de desarrollar nuestro potencial. Si alguna responsable de RRHH me está leyendo ya sabe que un título tiene una importancia relativa, puesto que la demostración del desempeño de la tarea es lo que realmente interesa. Dadnos la oportunidad de demostrarlo.

 

Durante nuestra vida laboral:

 

Somos generosas para con nuestros compañeros. Ayudamos a los recién llegados y compartimos nuestra experiencia y nuestro modo de trabajar sin buscar segundas intenciones, porque en nosotras hay ausencia de rivalidad, de competición y esta actitud sorprende.

 

La organización de horarios puede ocasionar confusión: Podemos realizar en una mañana las tareas previstas para toda la jornada, por lo que cumplir un horario preestablecido nos resulta tedioso. Nos va mucho más el trabajo por objetivos.

 

Nos van los retos y las multitareas. Necesitamos nuestro espacio de creatividad. Nada de monotonía ni trabajos repetitivos. Es fácil que cambiemos de trabajo varias veces durante nuestra vida laboral, porque necesitamos constantemente notar que avanzamos.

 

Huimos de los cotilleos, de las familiaridades entre compañeros. Simpatía sí (una cosa no quita la otra), siempre teniendo claro que el trabajo no es lugar para establecer relaciones sociales.

 

Aunque sabemos trabajar en equipo, somos más individualistas, lo que nos permite ir a nuestro ritmo (que acostumbra a chocar con el del resto).

 

Como mujeres, además, sorprende (sí, aun hoy día sorprende) que podamos hacer observaciones perspicaces o aportaciones especialmente pertinentes. Se sigue esperando de nosotras menos ingenio y agudeza mental.

 

Debo añadir que el acoso laboral (mobbing) es un fenómeno más habitual de lo que se quiere reconocer y que las personas de altas capacidades no estamos exentas de sufrirlo. Acostumbra a darse en entornos laborales desorganizados, con una estructura caótica y liderazgo débil, con lo que es común que haya compañeros (incluso con cargos jerárquicamente superiores) que se sientan amenazados por una persona con talento, creativa, empática y que demuestra gran capacidad de trabajo.

 

Solemos sentirnos incomprendidas en el entorno laboral, por ello muchas mujeres de altas capacidades acabamos gestionando proyectos propios, convirtiéndonos en empresarias o autónomas.

 

HARTA DE ESTAR HARTA

HARTA DE ESTAR HARTA

 

 

Sí, así llegué a estar.

 

Harta de estar harta.

 

Harta de llegar a casa frustrada y pagarlo con mis hijos.

Harta de consumirme en una oficina meses y meses.

Harta de la mala cara de mi jefe.

Harta de los cuchicheos entre compañeros cuando yo estaba cerca.

Harta de perderme grandes momentos de mis hijos.

Harta de llorar por las noches pensando que el día siguiente todo seguiría igual.

Harta de destrozar mi vida por un sueldo mediocre, como si yo no fuera digna de él.

Harta de no tener energía,

ni humor,

ni ganas,

ni fuerzas,

ni salud,

ni aliento…

…y yo seguía ahí.

Aguantando.

Porque “Ya puedes dar gracias de tener un trabajo fijo”

Eso me decían.

 

Nadie veía que me estaba rompiendo por dentro.

 

Hasta que la vida decidió darme más fuerte, para ver si así reaccionaba.

Y ese día dije ¡¡BASTA!!.

 

 

De eso hace ya dos años y medio.

Desde entonces soy yo quien dirige mi vida.

Quien pone mis horarios.

Quien decide cómo, cuándo y con quién comparto mi tiempo.

 

GRACIAS, MAMÁ

 

GRACIAS, MAMÁ

 

 

Desde pequeña sentí que no encajaba en ningún sitio. Yo veía el mundo de un modo diferente al resto de mis compañeros, de mi familia. Pensaba de manera diferente y lo vivía todo diferente. Me sentía incomprendida, aislada y, además de no encontrar mi lugar, me culpaba por ello.

 

En aquella época las altas capacidades no eran tan conocidas (por lo menos, no en mi entorno) y nadie se planteó que yo pudiera ser parte de esta minoría. Simplemente era lista y ya. Además, todo me lo callaba y lo vivía en soledad, en una profunda soledad.

 

Eso me llevó a camuflarme durante mi adolescencia, a dejarme llevar. Hice míos los deseos de los demás para sentirme aceptada, para sentirme parte del grupo. Tanto fue así que me pasé años —décadas, en realidad— viviendo la vida que los demás me sugerían vivir.

 

 

Sí, me perdí.

 

 

Necesité dos hijos de altas capacidades para darme cuenta, al verlo reflejado en ellos, de que mi manera de percibir mi entorno tenía una explicación, un origen. Un porqué.

 

 

Hace unos días me entrevistaron en un programa de radio para hablar de altas capacidades.

Mi intervención se basó sobre todo en mi experiencia vital y comenté lo que acabo de compartir contigo.

 

Mi mamá escuchó la entrevista y me comentó:

 

—Lamento no haberlo hecho mejor.

 

Ese comentario me sorprendió, porque nunca pensé que mis palabras pudiesen ser interpretadas así. En ningún momento quise dar a entender que culpaba a nadie de cómo yo había vivido mi vida.

 

Entonces, le respondí que lo había hecho de maravilla. De todos modos, aprovecho este espacio para expresarle públicamente lo que siento:

 

“Mamá, gracias.

 

Lo hiciste tan bien como supiste. En ningún momento estaba culpando a nadie de nada. En todo caso, la responsable de mis decisiones fui yo misma. Yo me perdí solita. No supe gestionarlo de otra manera. Eso es todo.

 

Tampoco me arrepiento de nada. Esa ha sido mi experiencia de vida y, gracias a ella, ahora estoy donde estoy y hago lo que hago. Y todo es perfecto como es. No cambiaría ni un segundo de mi pasado, ni tampoco de mi presente.

 

Y tengo la mamá perfecta para mi imperfecta perfección (o mi perfecta imperfección, como prefieras).

 

Te amo, mamá, aunque no te lo diga nunca.”

¿SOY REBELDE PORQUE EL MUNDO ME HA HECHO ASÍ?

¿SOY REBELDE PORQUE EL MUNDO ME HA HECHO ASÍ?

 

Cuando yo nací, Jeanette afirmaba en una de sus canciones que, efectivamente, ella era rebelde porque el mundo la había hecho así.

(Año 1971, para más señas)

 

Obviando que siempre me ha llamado la atención que se pudiera ser rebelde con esa voz tan cándida y dulce —detalle que en diversas ocasiones ha provocado comentarios divertidos con mis hijos—, la letra es una de las muchas demostraciones de cómo, a través de las canciones, aceptamos mensajes tóxicos sin apenas darnos cuenta.

 

En este caso, la protagonista de la canción acepta que unas determinadas circunstancias la han condicionado y ya. Fin de la historia. Se posiciona como víctima y se instala ahí, sin posibilidad de mejora. Apelando solo al derecho al pataleo.

 

Acompáñame a profundizar aquí.

Muchas de nosotras, almas que habitamos en este mundo, hemos vivido circunstancias que nos han dolido, marcado, herido, afectado, destrozado, desmontado, desilusionado, defraudado, atrapado, perjudicado… (puedo seguir la lista interminablemente).

 

Ante estas circunstancias, tenemos dos opciones:

Encallarnos ahí y lamentarnos de nuestra “mala suerte” día sí día también, o DECIDIR GESTIONAR lo que ha sucedido, aprender de ello lo que se pueda y adelante.

 

Viktor Frankl estuvo internado en varios campos de concentración en la Alemania nazi. Lo que vivió durante ese periodo lo imagino peor que lo que la vida nos ha hecho a ti o a mí. Y Frankl, en su libro “El hombre en busca de sentido”, nos deja este poderoso mensaje:

 

«Nosotros no podemos elegir lo que nos pasa, pero sí podemos decidir cómo vivir lo que nos pasa»

 

¿Te imaginas? Un hombre privado de su familia, de su libertad, con dificultades para satisfacer sus necesidades más básicas (como el alimento o un espacio vital digno) mantuvo la convicción de que era su DECISIÓN permitir que esas circunstancias le afectasen emocionalmente o no.

 

Esta reflexión me ha ayudado tanto a relativizar mis problemas que incluso me cuesta llamarles “problemas”.

Este poder de decisión —mío, tuyo, de todos— deberíamos calificarlo de SUPERPODER.

 

Nuestras creencias, tradiciones o memorias subconscientes nos hacen creer que no, que no podemos, que lo nuestro no tiene solución. Mi experiencia de estos últimos años me demuestra que sí. Que yo puedo. Y si yo puedo, tú también puedes.

 

Lo que sucede es que a veces necesitamos acompañamiento para creérnoslo.

Una frase en un libro, un artículo en un blog o una charla TED pueden ser el punto de inicio. A partir de ahí, amigos, profesores, compañeros, terapeutas, conocidos o unos completos recién llegados, cualquiera de ellos (o ellas) puede acabar convirtiéndose en ese acompañamiento que nos ayuda a cambiar nuestra visión de la vida.

 

Venga de donde venga este acompañamiento, bienvenido sea.

 

Gracias, David.

Gracias, Anna.

Gracias, Gloria.

Gracias, Lorena.

Gracias, Oriol.

Todos ellos me han acompañado hasta aquí (y siguen en mi vida, de uno u otro modo). El camino ha sido tan gratificante que, con su inspiración, también yo he entrado en el mundo del acompañamiento como mentora, colaboradora, amiga o terapeuta.

 

Con herramientas de desarrollo personal, con experiencias vividas (y sanadas), con perspectiva, a través de constelaciones familiares, de trabajo transgeneracional, de nuevas terapias (como LECMI) o con una combinación de todas ellas, te ofrezco mi acompañamiento para que te permitas decidir cómo vivir tu vida a partir de ahora.

 

Contáctame y te informo (sin compromiso).

 

Tienes mucho que ganar y nada que perder.

Y SOLTAR EL ORGULLO

vulnerable
vulnerable

Y SOLTAR EL ORGULLO


Permitirme llorar. Mostrarme vulnerable, imperfecta.


Hoy suelto. Suelto la necesidad de ser mi mejor versión en todo momento.


Hoy no me veo capaz de mantener esa eterna fachada de maravillosa perfección (cuando a veces ni yo me aguanto), de alegre (cuando las lágrimas se me descontrolan), de tener siempre la respuesta correcta (aunque ni siquiera haya entendido la pregunta), de saber usar la palabra exacta en el momento adecuado.

De tener la verdad absoluta. La razón.


No quiero seguir cargando con esta farsa.


Hoy estoy triste, deshecha. 

Rota.

No veo el vaso medio lleno —tampoco medio vacío— porque hoy ni siquiera consigo ver el vaso.


Y he decidido admitirlo, aceptarlo. Vivirlo. Porque así soy: vulnerable, imperfecta.

Y he decidido compartirlo contigo. Hacerlo público, visible. Porque todo lo que escribo es real, muy real. Y hoy mi realidad es ésta. Un día llorón, oscuro y triste.


Y le doy su espacio.


Aceptar que me siento así ya alivia la carga. Si además de sentirme como me siento debo luchar contra lo que siento, entonces entro en una espiral sin sentido. Esa no es la vía.


Transitar lo que siento.

Dejarme en paz.


Y dejar que lo que tenga que venir venga.


Soltar.

Soltar el orgullo de querer controlarlo todo.

LA IMPORTANCIA DE CERRAR BIEN LOS CICLOS

LA IMPORTANCIA DE CERRAR BIEN LOS CICLOS

 

Nos pasamos la vida cerrando ciclos.

Terminar unos estudios, mudarnos de casa, dejar un grupo de amigos o cambiar de trabajo son ciclos vitales que nos brindan la oportunidad de cerrar una etapa de nuestra vida y seguir adelante, llevándonos la experiencia vivida como aprendizaje.

Ahora bien, ¿de qué modo cerramos estos ciclos? A veces creemos cerrarlos y dejamos la puerta entreabierta. Un sí pero no (por si acaso). Estos ciclos mal cerrados, estas gestalts inconclusas, perturban a nuestro subconsciente. Le desestabilizan de tal modo que no sabe cómo interpretarlo. ¿Nos hemos ido o no? ¿Esta situación cómo la gestiono? ¿La pongo en el archivo de “experiencias pasadas” o en el de “seguimos en ello”? Nuestra mente necesita etiquetar, clasificar y concluir. Eso le da —y por ende nos da— tranquilidad y nos permite evolucionar sin estancarnos.

¿O seguimos enfadados con aquel chico con el que discutimos hace una década? 

¿O seguimos guardando en el armario ese vestido que hace 15 años que no nos ponemos por si (ahora sí de verdad) llega la ocasión?

¿O nos vamos de un grupo sin decir adiós porque “no nos gustan las despedidas”?

 

Cerrar bien los ciclos es un signo de madurez.

Deportistas que se van con un homenaje tras su última competición, músicos que organizan una gira de despedida, altos cargos que anuncian su partida reuniendo a todo su personal dando las gracias, profesionales que se jubilan con una fiesta entre amigos…

 

Hace poco he terminado una formación. El último día tuve el privilegio de poder dedicar tiempo (y unas palabras de agradecimiento) a todas y cada una de las compañeras (amigas ya) que me han acompañado durante los últimos meses.

Recibí de todas ellas palabras hermosas, tiernas y sinceras que me llegaron al alma y me llenaron el corazón.

Quise plasmarlo por escrito —es una de mis debilidades— y les compartí estas palabras como cierre:

 

TOCA CERRAR UN CICLO

Decirte hasta siempre.

 

Dejo parte de mí en ti.

Y me llevo parte de ti en mi corazón, en mis entrañas. En mi vida.

 

Mira atrás y recuerda cómo empezó todo. El momento en que me descubriste. Tal vez enseguida te transmití algo, tal vez fue pasado un tiempo. Te creaste una idea sobre mí (unas expectativas que vete a saber si habré cumplido o si las he desbaratado por completo).

Después me has visto llorar, desconsolada y rota. Me has visto brillar, emocionada y entera. Me has visto tocar fondo. Me has visto despegar. Te he confesado mis secretos más ocultos (bueno… algunos). He compartido contigo incertidumbres, miedos, silencios, locuras, duelos, sueños, triunfos, derrotas, risas y noches. Muchas noches de lunes. Noches en las que me acostaba pensando aún en todo lo vivido contigo.

 

Nos hemos intercambiado miradas.

Sobre todo, miradas.

Hay tanta verdad en ellas que todo lo demás pasa a un segundo plano. Me quedo con las tuyas. Con todas. Así, sin ni siquiera pedirte permiso (también tengo mi parte egoísta, no creas).

 

Y me quedo también con tus palabras de hoy. Estas palabras tan sinceras y preciosas que me has dedicado y que te pido de corazón que recuerdes siempre. Si has pensado en ellas es porque las conoces y las reconoces. Las puedes definir al detalle (y así lo has hecho) y decirlas con pasión.

Y es que solo ponemos pasión en lo que es verdaderamente nuestro.

Y estas palabras son tuyas.

 

Hazme un favor. Escribe esta frase en letras grandes para leerla una y otra vez cuando te sientas flaquear, cuando te asalte algún miedo, o cuando simplemente me recuerdes con el cariño de esta noche:

Lo que ves en mí está en ti.

 

Por eso te invito a que, cuando te vayas de algún sitio, cierres bien la puerta. Di todo lo bueno que quieras decir (es lo que te vas a llevar), recibe todo lo bueno que tengan para darte (sí, permítete también recibir). Vete con todo lo que te sirva para crecer y evolucionar y deja el resto. Mira al frente y adelante. Sin cargas.

Libre.

Imparable.

ADMIRAR

ADMIRAR



A veces miraba sin ver. Pasaba la vista por encima de objetos, de colores, de lugares. De personas. Lo hacía con prisa. Como si mirar demasiado me robase un tiempo muy preciado. Una mirada rápida que quería captarlo todo de golpe y acababa sin enterarse de nada. 

Me perdía matices, texturas, rostros, expresiones, instantes que no regresaban, aunque todo ello parecía importarme poco.


Otras veces, ni siquiera miraba. 

Mis ojos —abiertos— se limitaban a mostrarme lo que el pensamiento les indicaba, imágenes ya conocidas que, por un motivo u otro, mi mente decidía revivir. Recuerdos del pasado que ya no existía. Mientras los recreaba desperdiciaba el presente, que emergería después, convertido de nuevo en pasado perdido.

Y así iba, vagando sin saber por dónde ni con quién. Apareciendo en escenarios desconocidos que tampoco veía —ni siquiera miraba— porque mi presente no era mío.


Cansada de llegar a destinos que no estaban en mi hoja de ruta (¿tenía una?), decidí aprender a mirar. Poner intención en mi mirada. Mirar con ganas de ver. Recuperar esa curiosidad infantil que lo cree todo digno de ser observado. Detenerme en cada imagen. Dedicar toda mi atención a ese haz de luz entre las nubes. Parar el mundo para contemplar el vuelo de las gaviotas. Descubrir los miles de verdes en el verde de las hojas. Hacer de cada parpadeo una captura del momento, una fotografía única e irremplazable. 


Entonces mi mundo empezó a cambiar. 

Añadí verbos a mis días. Ya no se trataba solo de ver o mirar. Había descubierto el significado de observar, contemplar. Enfocar, precisar, distinguir, examinar. Cada verbo aportaba un matiz distinto. ¿Cuál sería el mejor? Seguí indagando.


Y de este modo, casi sin darme cuenta, llegué a ADMIRAR, emocionándome con el reflejo del sol sobre el mar. 

Supe encontrar belleza en cada rincón, en cada pequeño detalle. Apreciar la bondad en todos. Ahondar en miradas ajenas y fundirme en ellas. Ver un mundo en cada pincelada. Vibrar con cada nuevo destello.


Este es el secreto final, la alquimia perfecta: 

Deja de mirar la vida, empieza a admirarla.



Sí. Eso es todo.

CON ESO NO VAS A GANARTE LA VIDA

CON ESO NO VAS A GANARTE LA VIDA

 

A menudo —demasiado a menudo— oigo comentarios de este estilo dirigidos a adolescentes que se atreven a compartir sus sueños.

 

“Quiero ser artista, poeta, escritora”

“Quiero estudiar filosofía”

“Me apasiona la historia de Egipto”

“Mi sueño es diseñar moda”

“Quiero ser pastora, jardinera”

“Adoro correr”

 

Imagino ponerme en su piel en este momento tan dulce. Muestro todo mi entusiasmo y pasión al decir alguna de estas frases. Me desnudo emocionalmente, dejando al descubierto mi más profundo deseo. Espero recibir un abrazo, una palabra de aliento. Una sonrisa.

 

La respuesta, en cambio, es una sentencia cruel.

(Nota: “Sentencia” se utiliza a veces como sinónimo de frase. En este caso está más cerca de considerarse una verdadera condena.)

 

La respuesta es: Con eso no vas a GANARTE LA VIDA.

 

Punto y aparte.

 

Ganarse la vida.

“¿Cómo piensas ganarte la vida?”

“No me gusta mi trabajo, pero hay que ganarse la vida”

Tenemos tan interiorizado este concepto que no somos conscientes de su verdadero mensaje. Un comentario de Alex Rovira (gracias, Alex) me ha hecho abrir los ojos.

 

Seguro que has oído cientos de veces esta expresión.

Ganarse la vida.

Párate un instante a analizarla. Así, de entrada, ¿qué te sugiere? Yo jamás lo había pensado. Incluso reconozco haberla utilizado mucho.

 

Ganarse la vida

¡Cuánta crueldad en tres palabras!

Si aceptas la premisa de que la vida hay que ganársela estás aceptando que está perdida. ¡Perdida!

 

De eso nada. La vida está ganada desde el principio. Es el tesoro que se nos concede al nacer. Y se nos otorga para disfrutarla. No se nos regala para dedicarnos la mayor parte de ella a un empleo que no nos satisface. Así no se gana la vida: así se pierde.

 

Creo firmemente en el poder de las palabras. Las palabras nos determinan. Por ello, a partir de ahora decido poner consciencia. Eliminar de mi vocabulario esta frase.

 

Yo no me gano la vida con mi trabajo.

Yo me dedico a lo que me apasiona.

 

Y tú ¿a qué pasión quieres dedicarte en tu vida?

EL GORRIÓN

EL GORRIÓN

 

Estoy pasando los últimos días de agosto en el pueblo, en la casa que construyeron mis bisabuelos hace casi un siglo. Es una casa de tres plantas construida con muros gruesos y vigas de madera traídas de lejos. Un refugio de tranquilidad donde tengo la sensación de estar fuera del tiempo. A veces, incluso del espacio.

Mi padre habilitó hace años el desván, convirtiéndolo en una agradable y surtida biblioteca. Desde entonces, el desván es mi estancia favorita.

Y allí estoy yo, leyendo tranquilamente, cuando oigo:

—Mamá. Ven rápido, pero sin hacer ruido.

Al acercarme, veo a mi hijo pegado a la pared a mitad de las escaleras, muy quieto. Su mirada, fija en el estante de la pared contraria, me indica dónde debo mirar.

De momento no veo nada que me parezca digno de atención.

—Entre las campanas, mami. ¿No ves? Un gorrión.

Cierto. Si no fuese porque conozco perfectamente todas y cada una de las campanas de cerámica de mi colección, pensaría que es una más. El pequeño gorrión permanece inmóvil ahí, totalmente camuflado entre ellas, que son de su mismo tamaño.

No parece asustado ni perdido, aunque imagino que está tan desubicado como nosotros.

Convocamos reunión familiar y surgen mil preguntas:

¿Cómo ha llegado hasta aquí? ¿tendrá hambre? ¿sed? ¿Necesita nuestra ayuda? ¿podemos cogerlo? ¿sabrá salir solo? ¿Qué hacemos? Mejor aún, ¿debemos hacer algo?

Y así llevamos ni sé cuánto: Nosotros contemplando al gorrión y él a nosotros. Nada importa más en el mundo.

 

Ahora sí tengo el pleno convencimiento que el tiempo se ha detenido.