CONTEMPLAR

CONTEMPLAR

 

Reclamo mi derecho a contemplar.

A parar el tiempo y hacer nada. Simplemente ser.

Estoy sentada tras los cristales y contemplo la lluvia caer. Finales de invierno, de un invierno suave que se va despidiendo tan calladamente como llegó. Los árboles despiertan de su letargo. Hace días que los almendros están en flor. Dentro de nada encontraré amapolas entre los campos de trigo.

Recuerdo cuando un día decidí dejar mi camino y adentrarme entre ellas. Me tumbé mirando al cielo, con los brazos bien abiertos. A mi alrededor, verde y rojo; más arriba, azul celeste. Tengo ese instante en mi memoria más nítido que otros muchos, cargados de actividad frenética. Estoy convencida que lo que mantiene esa imagen en mí es la inmensa paz que me rodeaba entonces. La certeza de estar ahí sin necesidad de nada más. Sin tener que demostrar nada, ni atenerme a las normas establecidas, ni comportarme como se espera que haga una mujer de mi edad (¡tumbarse entre el trigo es tan infantil!). Y yo cerraba los ojos y sonreía. Todo mi mundo era eso.

Hoy mi mundo está al otro lado de la ventana, en esta lluvia lenta y tranquila, en la niebla que se acerca silenciosa. Contemplo el día sin más. Sin esperar nada a cambio, sin prisa, sin temor a estar perdiéndome algo mejor en otro lugar. Porque ahora mismo no existe ningún otro lugar. Ahora —aquí y ahora— está todo lo que tengo. Aquí y ahora soy todo lo que soy.

Y me doy cuenta.

Entonces cierro los ojos de nuevo. En un silencio profundo que me permite escuchar mis propios latidos. Y ya está todo en orden. Todo es como tiene que ser.

Y doy gracias.

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