
2 de mayo. Día Mundial contra el acoso escolar
En alguno de mis artículos anteriores he hablado de cómo se nos ataca por sobresalir (el llamado síndrome de la amapola alta) o de cómo las chicas hemos aprendido a camuflarnos, tratando de evitar esos ataques.
La realidad es que se calcula que alrededor de un 80% de los alumnos con altas capacidades han sufrido —sufren aún— acoso escolar. Y me temo que hay además un porcentaje importante que desconocemos.
Yo misma sufrí este tipo de abusos, aunque no recuerdo haberlo comentado con nadie en su momento. Entonces el concepto bullying no existía. Si un niño me pegaba tal vez era castigado (o ni eso, porque a veces era su palabra contra la mía) y ahí terminaba todo. Era un niño, y los niños ya se sabe… Ese era el comentario tras el cual él se excusaba para repetir sus acciones y mirarme con una sonrisa de “en cuanto nadie mire volveré a hacerlo”. Nadie tenía en cuenta qué podía representar eso para mí, porque lo cierto es que dolía más esa mirada que los golpes. El dolor físico se pasa pronto. El dolor psicológico queda. Y aprendes a callar y vivirlo en silencio, porque “tampoco hay para tanto”. Aprendes a sobrevivir, deseando que termine algún día.
Con el paso del tiempo le hemos puesto nombre (lo que no tiene nombre parece que no existe). Le hemos dado más visibilidad. Reconocemos que acoso es mucho más que pegar. Es ignorar, es ningunear, es criticar, es insultar, es divulgar secretos, es buscar tus puntos débiles y atacar. Es aquella burla recurrente que hace que los demás se rían de tu diferencia.
Y lo sigo viendo hoy. Lo sigo viviendo con las adolescentes que me rodean. Chicas que lo ocultan por vergüenza, por impotencia, por mil motivos. Chicas dolidas (y mucho) por ser distintas, por pensar distinto, por tener intereses distintos. Chicas a las que se ataca por destacar. Chicas atacadas por otras chicas, porque el bullying no excluye géneros. Chicas que se hacen las tontas para volverse invisibles. Chicas que desean desaparecer.
Chicas que, cuando se arman de valor y se atreven a denunciarlo (aunque más bien es un comentario, un susurro que denota que ni fuerzas les quedan) muchas veces son cuestionadas, incomprendidas.
Son chicas que están solas, muy solas. Lo viven solas. Lo lloran solas.
Chicas que se miran sus heridas, esperando que vayan cicatrizando con el tiempo. Y el tiempo solo las hace más profundas. Chicas que necesitan ayuda, comprensión, apoyo.
Y amor. Todo nuestro amor.