EL FRACASO ESCOLAR EN LAS ALTAS CAPACIDADES

EL FRACASO ESCOLAR EN LAS ALTAS CAPACIDADES


Sí, existe.

Uno de los falsos mitos sobre las altas capacidades y, a mi parecer el más extendido, es que nuestro expediente académico es brillante.


Cuando hablamos de alumnos con altas capacidades la primera imagen que viene a la cabeza es la del empollón sabelotodo con gafas rodeado de libros. Creen que tenemos que destacar en todo, que nos interesan todas las asignaturas y que no sabemos hacer nada más que estudiar.


Pero nuestra realidad es otra bien distinta:

Pensamos tan rápido, procesamos tan rápido la información y tenemos tan buena memoria que la mayoría de las veces no tocamos los libros fuera de clase. Nos hemos acostumbrado desde la infancia a tener suficiente con escuchar al profesor y ya se nos queda todo grabado.


Entonces será verdad que nuestras notas son brillantes, porque si tenemos tanta facilidad…

Pues no. Ni de lejos. Ser tan rápidos tiene sus inconvenientes.


Cuando mi hijo iba a la guardería (tenía 2 años) se paraba delante de todos los coches aparcados que encontrábamos por el camino y leía las matrículas. Letras y números ¡Le encantaba hacerlo! Pero luego en clase de eso no se hablaba. Y se pasaba un trimestre entero trabajando el color amarillo. ¡Tres meses para un color! Y nada de letras por ningún sitio.


¿Y recuerdas cuando te enseñaron a sumar? Te pasaste meses haciendo páginas y páginas de operaciones. Semana tras semana. Los famosos cuadernillos de deberes. ¿Para qué? Ya está. Ya aprendiste a sumar. ¿Era necesario repetirlo cada día al llegar a casa? No tenía nada de emocionante. Es más, eso aburría a cualquiera. Por eso muchas veces pasábamos de los deberes, o los hacíamos de malos modos y con mala letra. Por pura desgana.

Y luego el profesor se quejaba:

“Lo sabes hacer mejor. Repítelo” ¡Encima eso!


O lo tenías que repetir porque sabes de sobras que dos más dos son cuatro, pero estabas pensando en otra cosa y habías escrito otra cifra… O habías hecho los cálculos del problema de cabeza y se te había olvidado escribir todas las operaciones paso a paso…


¿Y recuerdas la frustración de llegar a clase el primer día de curso después del verano y escuchar a la profesora diciendo “repasaremos lo aprendido el curso anterior”? ¿Cómo? ¿Otra vez? Y te volvías a imaginar la pesadilla de los cuadernos de problemas, que eran de lo más repetitivo e insulso del planeta. Toda tu ilusión por aprender algo nuevo se desvanecía en un momento.


Ahí, en la infancia, empieza muchas veces la desmotivación, la apatía, el aburrimiento, el desinterés por lo que el profesor explica. ¿Qué sentido tiene tanta repetición? ¿Y por qué los demás parece que no se enteran? ¿Tanto les cuesta?


Entonces desconectamos. Descubrimos que mirar por la ventana es más divertido (o por lo menos pasan cosas distintas con más frecuencia). Nos quedamos pensando en nuestras cosas. Nos aburrimos soberanamente. Perdemos todo interés. Yo creo que hasta perdemos la fe en la escuela: Ese lugar donde se supone que iban a enseñarnos cómo funciona el mundo.


Pasan los años y llegamos a cursos superiores. Seguimos con nuestro sistema de atender en clase (si la materia nos resulta interesante) y repasar como mucho el día antes del examen haciendo una lectura rápida del temario. No tenemos hábitos de estudio porque hasta el momento no nos ha hecho falta. Ahora, en cambio, es necesario un trabajo diario y constante para sacar la nota a la que estábamos acostumbradas.


Eso pasa a veces en bachillerato, aunque hay quien consigue alargar hasta la universidad el sistema del repaso en el último momento. Lo que ocurre es que eso ya no funciona. Ya no nos sirve. Y entonces estamos perdidas. No se nace sabiendo estudiar y nadie nos ha enseñado a hacerlo. No tenemos ese hábito y no se puede pretender que de la noche a la mañana lo adquiramos. Entonces llega el fracaso. Los primeros suspensos. ¡Pero si somos tan listas! ¿Cómo puede ser?


Yo misma era una chica de notas excelentes durante toda la primaria (en mi época se llamaba EGB) y notas muy buenas en bachillerato (incluso con alguna matrícula de honor), pero sacarme la carrera me costó mucho. Y no entendía por qué mis compañeras, aparentemente menos listas, sacaban el curso mejor que yo.      

Y es que me daban una semana para repasar y estudiar antes de los exámenes finales y yo no sabía cómo hacer eso. ¿Qué era repasar y estudiar? ¿Leerlo todo de nuevo?


Además, una cosa era aprender y la otra aprobar el examen. Sintetizarlo todo en un espacio limitado y en un tiempo también limitado. Nunca entendí el concepto “examen”, la verdad. Para mí, lo verdaderamente importante era saber más y más.


La realidad es que, por desmotivación, por falta de hábitos, por apatía o porque ya no confiamos en el sistema, los datos oficiales hablan de un 50% el fracaso escolar entre estudiantes con altas capacidades. El porcentaje aumenta al 80% si hablamos de bajo rendimiento escolar.

Ya ves lo lejos que queda eso de tener un expediente académico brillante.


¿A qué se debe esta situación? ¿A los profesores? ¿Al sistema educativo?

Vamos a ver: los profesores no son el enemigo. Durante sus estudios de magisterio (pedagogía o ciencias de la educación o como lo llamen ahora…) poco —o nada— les han hablado de los alumnos con altas capacidades. Pueden ver que te distraes, o que no haces bien los deberes, y te etiquetan de vaga, cuando lo que sucede es que estás desmotivada. O molestas con tus inacabables preguntas de temas que “no tocan”.


A veces incluso se ponen a la defensiva cuando ven que sabes más que ellos en algunos temas y piensan que les vas a poner en ridículo.

Para un profesor que no ha estado formado en altas capacidades es muy complicado detectarnos.


Y en caso que ya estés detectada como alumna con altas capacidades y tengas un informe de un psicólogo que lo corrobora, ¿entonces qué? ¿Se lo decimos al centro? En caso de hacerlo ¿a quién?, ¿al tutor, al orientador/psicólogo?


Oficialmente la ley reconoce que los alumnos con Altas Capacidades tienen unas necesidades educativas especiales (NEE), pero su aplicación práctica es complicada y muchas veces inexistente. Entonces ¿nos va a servir de algo decirlo?


Es una respuesta que merece una profunda reflexión y creo que no se debe responder sin analizar tu caso particular, ya que depende de muchos factores. El principal a tener en cuenta: tu estado emocional.


Te invito a leer mi artículo sobre la importancia de la INTELIGENCIA EMOCIONAL y cómo potenciarla. Además, estaré encantada de recibir tus comentarios al respecto.


Gracias por dedicar parte de tu tiempo a leerme

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