GRACIAS, MAMÁ

 

GRACIAS, MAMÁ

 

 

Desde pequeña sentí que no encajaba en ningún sitio. Yo veía el mundo de un modo diferente al resto de mis compañeros, de mi familia. Pensaba de manera diferente y lo vivía todo diferente. Me sentía incomprendida, aislada y, además de no encontrar mi lugar, me culpaba por ello.

 

En aquella época las altas capacidades no eran tan conocidas (por lo menos, no en mi entorno) y nadie se planteó que yo pudiera ser parte de esta minoría. Simplemente era lista y ya. Además, todo me lo callaba y lo vivía en soledad, en una profunda soledad.

 

Eso me llevó a camuflarme durante mi adolescencia, a dejarme llevar. Hice míos los deseos de los demás para sentirme aceptada, para sentirme parte del grupo. Tanto fue así que me pasé años —décadas, en realidad— viviendo la vida que los demás me sugerían vivir.

 

 

Sí, me perdí.

 

 

Necesité dos hijos de altas capacidades para darme cuenta, al verlo reflejado en ellos, de que mi manera de percibir mi entorno tenía una explicación, un origen. Un porqué.

 

 

Hace unos días me entrevistaron en un programa de radio para hablar de altas capacidades.

Mi intervención se basó sobre todo en mi experiencia vital y comenté lo que acabo de compartir contigo.

 

Mi mamá escuchó la entrevista y me comentó:

 

—Lamento no haberlo hecho mejor.

 

Ese comentario me sorprendió, porque nunca pensé que mis palabras pudiesen ser interpretadas así. En ningún momento quise dar a entender que culpaba a nadie de cómo yo había vivido mi vida.

 

Entonces, le respondí que lo había hecho de maravilla. De todos modos, aprovecho este espacio para expresarle públicamente lo que siento:

 

“Mamá, gracias.

 

Lo hiciste tan bien como supiste. En ningún momento estaba culpando a nadie de nada. En todo caso, la responsable de mis decisiones fui yo misma. Yo me perdí solita. No supe gestionarlo de otra manera. Eso es todo.

 

Tampoco me arrepiento de nada. Esa ha sido mi experiencia de vida y, gracias a ella, ahora estoy donde estoy y hago lo que hago. Y todo es perfecto como es. No cambiaría ni un segundo de mi pasado, ni tampoco de mi presente.

 

Y tengo la mamá perfecta para mi imperfecta perfección (o mi perfecta imperfección, como prefieras).

 

Te amo, mamá, aunque no te lo diga nunca.”

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