
LA SOLEDAD EN LAS ALTAS CAPACIDADES
He estado dudando si publicar este texto en el apartado “PASABA POR AQUÍ (mis reflexiones)”, porque va a ser esto: Una reflexión.
En mi opinión, las personas de altas capacidades sentimos la soledad de una manera más profunda que los demás y tenemos consciencia de ello antes.
¿En qué me baso? En la manera diferente que tenemos de ver el mundo, por ejemplo. Recuerdo imágenes de mis hijos cuando eran bebés. Aún no sabían hablar y ya miraban todo a su alrededor con unos ojos ansiosos de devorar cada detalle. Con una curiosidad insaciable y, a la vez, les notaba un destello de perplejidad especial.
Me transmitían esa sensación de querer saberlo todo y no entender nada de nada. Es como darse cuenta demasiado pronto de que el mundo es más complejo de lo que parecía. Y mamá está ahí, pero no me ha dado las instrucciones para descifrar tanto enigma.
Al crecer un poco más y empezar a interactuar con otros niños, la sensación de estar más despiertos que los demás, de apercibirnos del entorno de otra manera, agudiza esta incomodidad. Es un no saber cómo gestionar todo lo que se mueve alrededor y ver que los demás lo viven de otra manera.
Ahí la diferencia se hace más evidente. “Antes solo estaba mamá, y ella lo controla todo (claro). Me lleva mucha ventaja. Ahora estoy entre iguales —o eso pensaba— pero aquí no parece que yo encaje…”
Notamos este precoz desarrollo neuronal al compararnos con los demás niños. Ellos, a su vez, también notan que no vamos a la par. Y vuelve esa sensación de soledad. Soledad acompañada de incertidumbre. Incertidumbre por sentirnos solas aunque tengamos mucha gente a nuestro alrededor.
“Y si me siento sola estando con gente, significa que la rara soy yo”
Y crecemos. Empezamos a entablar conversaciones y descubrimos que tenemos un vocabulario distinto, unos intereses distintos. Inquietudes diferentes, perspectivas distintas. Nos parece estar viviendo en una realidad paralela que solo nosotras entendemos. Y la soledad se acrecienta. Nos vemos forzadas a un exilio voluntario.
Esta soledad pesa.
Y sigue pesando en la adolescencia, porque la llevamos ya incorporada.
Cuando se hace insoportable y decidimos huir de ella, lo hacemos sin tener las suficientes herramientas. Caemos muchas veces en espejismos. Tapamos esa soledad con cualquier relación (aunque sea insana), con cualquier adicción (al juego, a la comida, a las drogas…).
Nos lleva años —a veces décadas, a veces la vida entera— darnos cuenta de que el vacío de esta soledad interior no se llena con nada del exterior.
Este vacío se soluciona siguiendo unas pautas:
. ACEPTACIÓN: Reconocer nuestra diferencia. Aceptarla y potenciarla. Lo que nos hace distintas es precisamente lo que nos hace atractivas para el mundo. Ser como todos es no ser nadie.
. AMOR: El amor que necesitamos para llenarnos solo lo podemos generar nosotras. Los vacíos interiores (abismos sin fondo, a veces) solo se llenan desde el interior.
Cuando todas y cada una de nosotras aprendamos a aceptarnos y a amarnos como el tesoro que somos, el mundo se llenará de mujeres IMPARAVLES, porque el mundo sabe que no hay nada que pueda vencer a una mujer que se acepta y se ama a sí misma.
Ahí empieza una relación de perfecta simbiosis donde todas ganamos. Mejoramos el mundo con nuestra unicidad, y a su vez el mundo nos mejora. Ofrecemos nuestra mejor versión al mundo, y el mundo nos responde del mismo modo.