
MIS IDEAS
Acabo de darme cuenta de que no escribía desde hace demasiado.
Han ido pasando los días —y las semanas— sin dedicar un espacio a escribirme. Sí, cuando escribo me escribo. Suelo bromear diciendo que a veces no sé lo que pienso de alguna cosa hasta que no he escrito sobre ella. En realidad, no es broma. Es una de mis mayores certezas.
En mi cabeza las ideas a menudo están tan enmarañadas y se aglomeran unas encima de otras de tal manera que parece imposible llegar a ninguna conclusión. No entiendo mis mensajes ni me veo capaz de poner orden si no me siento con calma y dejo que mis manos lo vayan expresando todo sobre el papel (también me sirve un teclado de ordenador).
Ante la hoja en blanco nunca sé cómo voy a empezar. Simplemente abro las compuertas y las palabras van apareciendo. Cuando les doy rienda suelta ellas solas —las ideas— se van ordenando siguiendo un criterio que me es completamente desconocido, aunque acepto sin dudar. No corrijo. Tal vez una coma, poco más.
Tampoco calculo el tiempo. Dejo fluir. Me dejo llevar hasta que dentro de mí se hace el silencio. Entonces sé que he terminado. Es momento de leer. De leerme. Lo hago con atención y detenimiento. Con verdadero interés. Como si fuera la primera vez que tomo contacto con esas frases (y así es, en cierto modo). Tomo nota del mensaje que yo misma quería transmitirme.
Siempre me sorprende lo que escribo.
Esta tarde, sin ir más lejos, hasta hace pocos minutos ni tan siquiera sabía que tenía algo que decirme. Y acabo de comprobar que sí. Trescientas palabras desordenadas se peleaban para llamar mi atención.
Por fin las he liberado. Un peso menos en mi interior. Ahora podré descansar tranquila hasta la cena.