Cuando la GRATITUD cambia tu día

Algunos días me despertaba y, sin saber por qué, notaba que no estaba de humor. Había dormido bien, había descansado, pero me invadía esa sensación indescriptible que hacía que el simple hecho de levantarme de la cama me resultase terriblemente pesado. Entonces pensaba: “¡Ostras! Menudo día me espera…” Y me resignaba a tener un día de pena. Porque estaba claro: sería un día de pena.

 

Si mi primer pensamiento era oscuro, el día entero se oscurecía. Y el primer pensamiento llega siempre sin avisar. Aprovecha cuando soy más vulnerable, cuando aún estoy en ese sí pero no ꟷen el duermevelaꟷ para aparecer.

 

Ahora he aprendido que mis pensamientos los controlo yo. Tal vez ese primero del día se escapa, pero es mi decisión cambiarlo o quedármelo. Ahora solo me quedo con los positivos.

 

Qué fácil es decirlo, ¿verdad? Pero si el primer pensamiento del día es de los oscuros, ¿cómo lo hago? Cojo papel y lápiz (es un decir, en realidad es libreta y bolígrafo) y escribo. Empiezo siempre igual: “Querida vida, GRACIAS…” Los siguientes diez minutos ꟷno hace falta másꟷ me los paso escribiendo cantidad de motivos por los que estar agradecida. ¡Y aparecen tantos! Gracias por este nuevo día que comienza. Gracias por la luz, por el silencio. Gracias por el aire, por el agua. Gracias por toda la gente que me rodea. Gracias por mi familia, por los que fueron, por los que son, por los que serán. Gracias por los amigos, por los vecinos. Gracias por la música. Gracias por las palabras. Gracias por poder dar gracias. Gracias… GRACIAS.

 

Entonces descubro la cantidad ingente de motivos que tengo para estar inmensamente agradecida a la vida. Y me enfoco en la gratitud. Así es inevitable tener un día radiante. Y solo son diez minutos.

 

Un instante que convierte en radiante cualquier día.